domingo, 13 de diciembre de 2009

Un cuentecito.

Voy a poner esta vez un cuento de los míos. El cuento surgió de una conversación y de un poema de Shakespeare. Se lo quiero dedicar a una persona muy especial para mí: mi novia, ya que sin ella no hubiera escrito (al menos bien) este cuento. Espero que os guste.

Erase que se era un hombre que vivia en un pueblo rural. Aquel hombre era jardinero y dedicaba todo su tiempo a sus plantas. Tenía un jardín en el que tenía flores de todo tipo, margaritas, petunias, tulipanes, geranios,... Tenía un jardín repleto de flores de todos los colores. La gente que pasaba por delante de su jardín se maravillaba al ver tantos colores en un espacio tan pequeño. El hombre trabajaba en una pequeña floristería que tenía justo en frente del jardín y allí vendía a la gente las flores que exponía en su bello jardín.
Cada día el hombre se levantaba y salía de su casa a dar un pequeño paseo antes de irse a la floristería. Siempre seguía la misma ruta de siempre: salía de casa, andaba por la avenida, giraba a la derecha, seguía recto y al encontrarse con un gran zarzal daba media vuelta y volvía. Una mañana, cuando andaba despreocupado dando el paseo como de costumbre, al fijar la vista en el zarzal pudo distinguir un brillo sutil por dentro de las espinas, como si el zarzal tuviera rocío por dentro. Fascinado por aquel brillo se acercó más al zarzal y vió la causa del brillo: una rosa roja preciosa. Supuso que el rocío había llegado a la rosa por medio de una filtración entre las espinas y, como encantado por el brillo de las gotas de agua o por aquel color tan vivo de los pétalos de aquella rosa, volvió a casa, cogió una navaja y una maceta con tierra, volvió al zarzal y cortó la rosa para llevarsela a casa. Al llegar a casa con aquella rosa la colocó junto a la ventana y la regó un poco. Se quedó contemplandola un rato, comtemplando el color de aquellos pétalos rojo intenso, como si fuera sangre. Se quedó fascinado al ver aquella hermosura en una simple flor. Al momento se dio cuenta de que se había entretenido mucho tiempo y de que no había abierto la floristería, salió por la puerta y fue a su floristería. Una vez allí, cada vez que tenía tiempo, echaba un vistazo a la ventana para vigilar la rosa.
Pasaban los días y el jardinero cada vez miraba con más ganas la flor y la regaba con más ilusión que otros días. Hubo días en los que no abría la floristería solo para mirar aquella rosa. Pensaba en el efecto que le producía ver aquella flor, en las emociones que sentía al tocarla, al acariciarla, al olerla.
Durante mucho tiempo tuvo sueños, sueños en los que aparecía él sentado en el suelo del campo y detrás de él aparecía una mujer bellísima que empezaba a acariciarle. Miraba a esa mujer y tenía los labios de un color intenso como los pétalos de la rosa, el mismo brillo del rocío en sus ojos, acariciaba sus mejillas y sentía la delicadeza y frescura de los pétalos de la rosa y olía sus cabellos y era el mismo aroma que desprendía la flor. El jardinero pensaba sobre esos sueños.

- ¿Es posible- decía- que haya encontrado mi razón de vivir en una simple flor? Al principio me parecía una simple rosa, hermosa pero sencilla, como todas las demás, pero ahora siento lo inexplicable al mirarla, al tocarla, al olerla. ¿Me estaré obsesionando con una insignificante rosa? Es de locos pensar eso, pero en parte es cierto. Tengo sueños con una mujer con algunos de los rasgos de esta rosa, pero ¿por qué? ¿Habré encontrado la mujer que siempre he amado y siempre he estado esperando en una flor?

Cuanto más se planteaba esas cosas más se obsesionaba, era verdad, los sueños y aquella flor le hacían sentir lo inexplicable. Por una temporada empezó a plantearse estar enamorado de la rosa, pero eso sí que era de locos. Se estaba volviendo un poco chiflado por la obsesión que tenía. Empezó a comer sólo dos veces al día y a beber lo justo para mantenerse vivo. La mayoría del tiempo que tenía lo empleaba en recordar aquella mujer mirando y acariciando la flor.
Un día decidió irse del pueblo a buscar a ese amor soñado con el que se obsesionó. Al irse se llevó la rosa consigo.
Pasaron los días, las semanas, los meses, los años y el jardinero jamás apareció. No se volvió a saber nada de él. Para recordarle solo les quedaba su jardín ahora marchito y un cartel en la puerta de la floristería que ponía "CERRADO".

1 comentario:

  1. Es un cuento excelente. Parece escrito por un profesional. De verdad. Te haré una recomendación que puede que te guste, puedes ir leyendo los cuentos de BORGES Y sobre todo los de HORACIO QUIROGA. Son unos cuentistas extraordinarios y tienen un estilo que creo que te gustará, son de América del sur.

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